Escrito por: Armando Navarro
El crecimiento del trabajo en la calle es cada vez mayor, la falta de oportunidades laborales dignas está a flor de piel en nuestro país. Este lastre social no es nuevo, basta recordar la invasión europea a través del régimen feudal-colonial encabezada por Colón, que desde el 12 de octubre de 1492 hasta la última etapa de 1790, saquearon y asesinaron a muchos pueblos originarios a través de la esclavitud y trabajos forzados en las minerías. Este deshumanizante sistema de explotación transitó posteriormente al capitalismo dependiente y subordinado al extranjero en injustas condiciones económicas, políticas y sociales que aún perduran.
Estos antecedentes nos hacen reflexionar que la historia se mantiene intacta, el colonialismo sólo ha cambiado de forma y de actores más sofisticados. Las injusticias sociales actuales no son exclusivamente del siglo XXI, estas ya venían cabalgando en las espaldas de las y los desposeídos, de los nadie, los no existentes, que ahora deambulan en las calles vendiendo sus sueños, porque donde los tenían se los tragó la violencia y olvido.
Dando un recorrido por las calles de la Capital colombiana nos topamos con ex habitantes de calle, amas de casa, excombatientes, víctimas del conflicto, profesionales, reservistas de la F.P, artistas, indígenas, afros etc., que hallaron en el trabajo informal o mejor en la economía popular un refugio para tomar un décimo aliento para la vida.
La calle no solo es violencia, tráfico vehicular, andenes, aglomeración, control, poder, arquitectura, robos, interacción, paisajes y caos, es un espacio multi dinámico que influye en la construcción de imaginarios, memoria colectiva y realidad social, es allí donde no hay tapujos, ni maquillajes, es allí donde se muestran las caras de miles de seres invisibilizados por el Estado y la sociedad, que luchan por recobrar su dignidad y la de su familia.
Tal es el caso de Rafael Hernández vendedor por “herencia” y líder por convicción, que con exclamación de gratitud amargosa manifiesta que, «El trabajar en el espacio público es la prolongación de la existencia, es la oportunidad que tiene un ser humano para seguir viviendo ante la ausencia del Estado», respira y finaliza con orgullo, «he podido subsistir con mi familia gracias al espacio público, que no se ha convertido en mi segundo hogar, sino en el primero, porque salgo de mi casa a las 5:00 am y regreso a abrazar a mis hijos dormidos a las 10:00 p.m».
Son miles las historias heroicas, dolorosas y ejemplarizantes que se esconden detrás de una chaza, un carro de perro o un triciclo, son muchos los episodios de hermandad y solidaridad que entre ellos se manifiestan para cuidar sus espacios que celosamente defienden para coexistir con los transeúntes y pares. Aunque el individualismo y la competencia es el día a día.
Por estas miles experiencias de vida, es injusto criminalizar a estos andantes de las ventas, como ilegales, invasores, evasores de impuestos, (aunque pagan servicios públicos, arriendo, etc.), competencia desleal y foco de delincuencia e inseguridad, haciéndolos pasar de víctimas a victimarios. A pesar de la estigmatización irresponsable, estos trabajadores y trabajadoras seguirán viendo el espacio público con una salvación para subsistir.
Estos seres humanos que nos encontramos a diario en los andenes, de piel tostada, miradas inquietas, precavidas y vigilantes nos hacen ver que la historia se repite, la explotación y la exclusión están intactas. No obstante, este escrito no debe ser interpretado como apología a la lastima y sumisión, por lo contrario, es un reconocimiento y homenaje a hombres y mujeres que subsisten de milagro, gracias a la creatividad, orgullo y berraquera.
¿O usted que lee este escrito, se le mediría a trabajar en la calle a pleno rayo de sol sin protector solar, sin viseras, gafas negras, parasoles, y sin afiliarse a riegos laborales (ARL)?
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) «determina que un empleo de calidad debe cumplir con seguridad estable, libre de riesgos para la salud física y mental, que el trabajador este seguro bajo las leyes sociales constitucionales y las normas internacionales».
Así el artículo 13 de la Constitución Política, reza que “los derechos fundamentales de las personas prevalecen en igualdad de condiciones”.
O a pesar que el Artículo 25. Diga que “El trabajo es un derecho y una obligación social y goza, en todas sus modalidades, de la especial protección del Estado. Toda persona tiene derecho a un trabajo en condiciones dignas y justas.
Si lo duda o lo piensa dos veces ir a la calle a trabajar, verá con ahínco a miles de desplazados, afros, adultos mayores, jóvenes, campesinos,etc, vendiendo sus vidas por una moneda y un plato de comida, como a millares de mujeres que exponen su integridad física, psicológica y emocional en las calles, ante la desigualdad de género y la violencia estructural que existe contra ellas, así este la Ley 1257, del 4 de diciembre de 2008 que sanciona todas la formas de violencia y discriminación, pero que no se cumple.
Si su respuesta es, definitivamente No, por los antecedentes expuestos, las y los invitamos a no decir de “esta agua no beberé” porque según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el panorama laboral en los próximos años no son ni serán los mejores, ellos anuncian que para el 2020 y 2022 se incrementará el desempleo en unas 100.000 personas más, lo cual llegaría a 2,7 millones, comparado con 2019 que fue de 2,6 millones de individuos sin trabajo.
De igual forma el DANE reveló que el 14,6% no tienen trabajo, son 14,5 millones de personas que están por fuera de la vida laboral. Esto nos indica que si crece el desempleo, las calles seguirán siendo no solo la mejor opción de subsistencia, si no será el fiel reflejo de un país mal gobernado, desigual y violador de los derechos humanos.
Esta realidad histórica no se puede tapar con un dedo, las ventas en la calle es una bomba social, con escenas humanas dolorosas que se han naturalizado, tal como ha sucedido con la corrupción, la violencia, el asesinato de líderes sociales, el desempleo, la intervención extranjera, el machismo, la división sexual del trabajo, etc., haciéndolas ver como algo más del paisaje natural, que coexisten en la impunidad y en la absoluta libertad.
El llamado no solo es para el Estado indiferente, sino a las bases sociales, organizaciones, líderes y lideresas para que generen acciones autogestionarias que transformen las relaciones de la economía solidaria y competitiva impuesta por un modelo, por una solidaria, complementaria, recíproca y asociativa, para que los potencie como una masa crítica organizada con opciones de poder e interlocución.
Esto significa que para cambiar esta compleja realidad, no solo debemos depender de la institucionalidad que muy poco hace, si no que se necesita generar un trabajo político articulado con distintos actores, entre ellos; entidades privadas, públicas, organizaciones no gubernamentales (ONG´S) y, hermanamientos internacionales.
Si se quiere avanzar y resarcir la deuda histórica que el Estado tiene con los compatriotas que subsisten en la calle, los deben reconocer como una población económica, cultural y socialmente activa, que suministran bienes y servicios a miles de personas también precarizadas que ven en este comercio la opción de satisfacer sus necesidades básicas.
Antes de despedirme, le pregunto de nuevo, en serio ¿Usted cree realmente que el problema de fondo son las y los vendedores y, que las calles serían mejor sin ellos?
¿ Para usted qué es el espacio público?
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