Escrito por Armando Navarro
De años atrás nos han vendido la idea que la «Economía Naranja» es la salvadora de todos los males, que la industria cultural disparará el crecimiento del consumo de productos y servicios, beneficiando a los creadores y artistas de todos los estratos socioeconómicos de nuestro país. Con el argumento que la industria creativa aporta cerca del 4.5% del PIB, cifra que es similar a la que aporta a la economía el sector cafetero.
Índices de crecimientos valiosos, pero que no se reflejan en el mejoramiento de la calidad de vida de los colombianos, ni en la erradicación de la pobreza.
¿Y LAS COMUNIDADES ?
Los teóricos de esta iniciativa tienen razón al decir que en el mundo se mueve cada vez más dinero, donde las industrias del entretenimiento deja más divisas para los estados, es indudable que sus economías han crecido sustancialmente, pero que no se refleja en la calidad de vida de las comunidades, tal como lo demuestra el informe del Banco Mundial, donde Colombia está en el primer lugar en niveles de desigualdad apenas por debajo de Honduras, a pesar que en términos de PIB, los colombianos estamos 74 puestos por encima de los hondureños, acotando que pobreza se vincula con el ingreso medio de una sociedad y la desigualdad con la distribución.
«La Economía Naranja ingresó a una nueva era económica, en la que la velocidad para crear es más importante que el desarrollo de habilidades y competencias», este enunciado nos indica que no se dará importancia a proteger, diseñar, cualificar, potenciar las capacidades y habilidades de las comunidades, pues pasarán a segundo plano, porque lo primordial es producir en serie, sin importar el valor estético de las obras.
Otros de los argumentos de la Economía Naranja para ser instalado en nuestros territorios es la desaceleración económica y la caída del precio del petróleo, ven la creatividad y la cultura como carne de cañón para superar este déficit financiero y hacerle frente a este hueco económico, tal como lo ratificó el Coordinador del grupo de Emprendimiento Cultural del Ministerio de Cultura, Doctor Ángel Moreno.
Dicho enunciado nos permite deducir que la economía naranja no sale de la necesidad de hacer visible la identidad creatividad, endógena, autogestionaria de los territorios de Colombia que históricamente han enriquecido nuestra cultura y patrimonio nacional. Vemos que la preocupación estructural de estos proyectos es la urgencia de equilibrar el déficit financiero, más que reconocer y potenciar las manifestaciones artísticas de nuestras comunidades que han surgido sin mecenazgos y apoyos sistemáticos del estado.
Si fuera legítimo y concertado con las comunidades estos proyectos incluirían acciones legales, administrativas y socioeconómicas de protección, por ejemplo nos preguntamos: ¿Qué sucederá con los monopolios de la producción y distribución de contenidos culturales por parte de las empresas de entretenimiento transnacionales?, ¿Qué pasará con los monopolios de las infraestructuras?, ¿Por qué omiten las leyes de educación, del espectáculo público?, ¿dónde están las leyes de las patentes, los derechos de autor en Colombia que es una de las más completas del mundo?.
Es decir con la Economía Naranja vamos a quedar cada vez más expuestos a la mercantilización y exclusión económica de las organizaciones populares que son la génesis de la creatividad y producción cultural. Con la economía quedaremos expuestos a la mafia de las patentes, al turismo depredador sexual y a las industrias del divertimento.
Otra de las incoherencias de esta propuesta es que no identifican la heterogeneidad de actividades del país, los autores mezclan las expresiones artísticas y culturales con las industrias creativas, con la premisa de menos trabajo y mayor rentabilidad, esta homogeneización de actividades van a permear las manifestaciones identitarias de nuestros territorios, donde la calidad de las obras tomarán importancia por su valor en el mercado y el poder que significa su posesión, más que por su trascendencia estética e histórica.
Vale la pena recordar el origen del término Industria cultural que nace en la Escuela de Frankfurt. A mediados de los años cuarenta, Adorno y Horkheimer, ambos filósofos, acuñan el concepto de industria cultural para explicar los cambios en las dinámicas de transmisión de la cultura, pues estas nuevas acciones estaban incidiendo en la mercantilización gracias a la industria de repetir y hacer copias en serie, trivializando y descontextualizando las obras, modificando así de forma estructural sus características tradicionales y creativas.
En los países más avanzados económicamente surgieron las industrias culturales donde obtuvieron los mayores índices de rentabilidad en todos los sectores; cine, radio, televisión, discográficas, editoriales y publicidad. Esta última, según Adorno y Horkheimer, es “su elixir de vida”. Pues la publicidad es un modo de vender sus productos a través de otras empresas culturales como la radio y la televisión, medios que hacen de la cultura un mercado donde se paga por lo que se consume. Los autores mencionados calificaban y acusaban a las industrias culturales de «industrias de la diversión».
El proceso de colonización parece estar a flor de piel con la Economía Naranja, pues seguiremos marginados de nuestra historia, identidad y cultura. En síntesis todo se va a reducir al entretenimiento por su connotación comercial, donde la cultura y la creación de contenidos serán un objeto comercializable y no un derecho colectivo, ni patrimonial del estado, sino que todos estos productos quedaran en manos de unos particulares sin escrúpulos artísticos y éticos.
No queremos desconocer la globalización o mundialización en la que está inmerso este sistema que tiene como política la libre circulación financiera como bienes económicos, con una lógica de mercado expandida casi en todo el planeta, no podemos desconocer que existen nuevas tecnologías de comunicación e información que han roto el tiempo, el espacio y la distancia lo que llamamos ahora mercado de mundo o aldea global. Esta transnacionalización de casi todas las sociedades del planeta ha generado en los estados nacionales pérdida de soberanía económica, social y cultural, la liberación de los mercados expone a los países a una intercomunicación veloz y voraz en todos los aspectos de la vida.
Unos creen que este fenómeno es inherente al desarrollo y es una forma de vida, otros creemos que esta globalización es asimétrica donde hay globalizados, globalizadores y excluidos. Las industrias culturales no escapan a esta lógica mundial y del mercado, este es un fenómeno complejo y contradictorio con multiplicidad de variables que no podemos verla con análisis simplista o posiciones fundamentalistas.
Lo que si podemos asegurar con exactitud es que estas sociedades de mercado, industrias etc, vienen gestadas desde lo económico y financiero con efectos absolutamente claros en lo político y social, el hecho de ver un mismo videoclip, comer la misma comida rápida, el mismo TV cable, nos lleva a una cultura estereotipada y de uniformización transnacional, es decir llegamos a homogeneizarnos en detrimento de la identidad de cada nación.
Nuestra cultura caerá en la mediatización, internacionalización y sistematización audiovisual, a través del dominio del “enter tainment”, controlada en gran parte para América latina bajo las industrias culturales transnacionales, con sede en Miami, es decir no tenemos salida si la Economía Naranja se impone en nuestro país diverso, pluricultural y multidinámico.
Ante estos nefastos pronósticos debemos buscar otros medios alternativos económicos que contribuyan a la creación de oportunidades e inclusión, donde se enmarquen principios solidarios con equidad, trabajo colectivo, sostenibilidad, cooperación y compromisos con el entorno con mira a fortalecer el posacuerdo y la paz en Colombia.
Ante este panorama debemos trabajar por una política pública que mejore la calidad de vida de los gestores sociales y artistas en general, garantizandoles: salud, educación, vivienda, participación, identidad, seguridad social, crédito, tecnología y nuevos mercados, pero no en la lógica de las industrias culturales, en donde predomina la economía solidaria, individualista, competitiva y de mercado libre. Esta propuesta debe estar enmarcada a través de la economía social solidaria que desde la Constitución Nacional la incluyó desde su preámbulo, la participación y la solidaridad son componentes fundamentales de la Nación. Así, las formas asociativas y solidarias de propiedad, encuentran pleno respaldo constitucional, como se desprende en los artículos 1, 38, 51, 57, 58, 60, 64, 103, 189-24 y 333.
Este marco constitucional como los acuerdos de paz nos permiten desarrollar estos procesos asociativos de economía social solidaria que han venido creciendo, al punto de encontrarse en más de 900 municipios representando el 5% del PIB, sin contar con las organizaciones sociales locales, conformadas de hecho y en derecho como colectivos, asociaciones, fundaciones, juntas de acción comunal etc. Lo que necesitamos es fortalecer estos procesos autogestionarios donde los individuos y organizaciones sociales sean sus propios protagonistas y sus propios divulgadores, lo que no excluye el apoyo de líderes políticos, sociales, intelectuales, artistas o analistas en general.
En conclusión, la «Economía Naranja» es lesiva para nuestras comunidades, organizaciones culturales barriales de base y en general para nuestra identidad y patrimonio tangible e intangible, por tal razón debemos propender por sacar del aislamiento a los creadores, investigadores, directores, etc. por medio de procesos asociativos y autogestionarios permitiéndoles acceder en igualdad de oportunidades con enfoque diferencial, respetando su diversidad pluricultural territorial a través de circuitos económicos, locales, nacionales e internacionales. Los artistas, profesionales, investigadores y demás gestores sociales que en su mayoría son trabajadores por cuenta propia se merecen todas las garantías en este llamado Estado Social de Derecho para dignificar su trabajo que han hecho durante la historia por la cultura de nuestro país.